El proyecto expositivo que Chelo Matesanz presenta en el Centro José Guerrero profundiza en algunos planteamientos de sus series anteriores, unos trabajos básicamente enfocados a la confrontación y el debate con obras pictóricas fundamentales de la tradición artística del siglo XX.

En su diálogo con las obras de José Guerrero, Chelo Matesanz ha depurado hasta el extremo sus procedimientos, y a partir de una meditada selección de obras del maestro granadino pertenecientes a la Colección del Centro, e interactuando con ellas en cada sala, nos propone un juego de espejos, resignificaciones, cruce de miradas e intersticios del sentido, reme(n)dando así en sus trabajos la constitución multidisciplinar y fragmentaria del sujeto.

Frente a los planos pictóricos de Guerrero, la artista despliega sus superposiciones de telas, vestidos y pespuntes como un ejercicio de retorno del cuerpo físico al cuerpo matérico de la pintura. Será el deseo el dispositivo que —en feliz imagen duchampiana— insuflará de vida el hueco vacío de estos ropajes. Con la presencia de algunas piezas tridimensionales en dos de las salas se puede constatar, más allá del plano simbólico, esa trasmutación corpórea de la pintura.

No son manchas de sangre, sino fieltro rojo recortado y pespunteado; no son los trazos de la pincelada, sino telas superpuestas e hilvanadas. En las estrategias creativas de Chelo Matesanz nada es lo que parece y cualquier elemento esconde un reverso irónico.

Así, sus  series más recientes no son otra cosa que magníficas pinturas realizadas sin pintura, ni pigmentos. Creo que resultaría muy interesante acercarnos a los últimos trabajos asumiendo que se trata de una compleja, y muy laboriosa, síntesis entre abstracción y figuración. El gran vivero de imágenes —he estado a punto de escribir territorio de caza en el que Chelo Matesanz recolecta los materiales para sus descodificaciones, no es sino el propio arte contemporáneo, sobre el que actúa releyendo algunos episodios significativos, preferentemente situados en las últimas décadas del siglo XX y el entorno de las segundas vanguardias. En todos estos campos destacan dos líneas de fuerza, omnipresentes e interconectadas, que otorgan un característico aire de familia a sus heterogéneas intervenciones: la reconstrucción paródica de los roles y modelos de las conductas patriarcales, y la pulsión sexual que sobrevuela todas las escenas, quizá como emblema del deseo irresoluble.

La ironía se muestra entonces como la principal herramienta de desmontaje, y se asienta, ya de inicio, en las técnicas y materiales, que imponen desde el primer contacto visual un insalvable distanciamiento paródico con el asunto abordado: que las referencias al gesto viril del expresionista abstracto se resuelvan con telas pespunteadas y collages de peluches sexualizados no es algo circunstancial, sino que se constituye como elemento esencial del programa ideológico e iconográfico de Chelo Matesanz. Es a través del uso recurrente de estos materiales y procedimientos ironizantes como se comienza a escenificar en sus piezas la lógica perversa de la inversión.

Así, el diálogo entre las obras de José Guerrero y las últimas producciones de Chelo Matesanz se nos presenta, por infinidad de razones, como la crónica de un encuentro anunciado. Después de sus series en torno a la deconstrucción de las prácticas pictóricas ligadas a la abstracción más gestual, básicamente encuadradas dentro de la tradición norteamericana de la primera mitad del siglo XX, llegó el momento de volver su mirada sobre la sintaxis plástica de uno de los referentes esenciales de nuestra historia más reciente.

José Guerrero se convierte así en el perfecto puerto de llegada para confrontar las reflexiones de Chelo Matesanz. La densidad cromática, y la inacabable variedad de registros del artista granadino, se muestran como el territorio ideal para que Matesanz despliegue su creciente virtuosismo en el manejo de sedas y pespuntes; sus magníficas series de pinturas, realizadas sin derramar una sola gota de pintura, encuentran en las obras de Guerrero los grandes espacios abiertos, y las correspondientes líneas de tensión, sobre los que armar su propuesta. Sobre esas superficies pictóricas inigualables que Guerrero le proporciona, esos campos de energía en perpetuo movimiento, esos vibrantes dispositivos de tensiones contenidas, Chelo Matesanz prosigue su tarea de coser el mundo.

La feliz colisión de estos dos universos, Guerrero-Matesanz, producirá —estamos seguros de ello— fulgurantes destellos llamados a alumbrar nuevos aspectos en las obras de ambos. De entrada, como la misma artista ha manifestado, la serie de obras que toman como referencia la pintura de José Guerrero supone un importante salto cualitativo respecto de anteriores trabajos que tenían como marco conceptual la escuela abstracta norteamericana de mediados del siglo XX. Si allí primaba la relectura crítica —e incluso paródica— de algunos procedimientos retóricos generalmente asociados con la pintura de acción y de ciertos rasgos ligados a la gestualidad heteropatriarcal y los roles de género, ahora, en su encuentro con las obras de Guerrero, se produce un cambio sustancial, un giro conceptual que cambia totalmente la escena y abre caminos insospechados en las líneas de trabajo de Chelo Matesanz. Ahora el impulso responde, según confesión expresa de la artista, «al deseo de hacer pintura sin mancharme las manos, un territorio ganado a golpe de pespunte y tijera».

En estas últimas obras, realizadas a partir del año 2021 en intenso diálogo con el legado de Guerrero, la artista se entrega al goce especulativo de la pura pintura y la exploración de sus recursos compositivos y sintácticos: transparencia, trazo, textura, tonalidad y contraste. El objetivo es ahora trasladar ese juego de valores plásticos a su ya consolidado proceder creativo: los tejidos y la costura.

Como consecuencia inevitable del acercamiento al campo gravitacional del planeta Guerrero, Chelo Matesanz cae rendida ante el hechizo de la pintura: «parece un salto pequeño —afirma la artista—, casi imperceptible, pero yo lo siento como un salto en el abismo».

 

Ángel Cerviño

 

Una exposición producida con la colaboración del

  • Fechas: Del 20 de abril al 16 de julio de 2023
  • Lugar: Centro José Guerrero
  • Organiza: Centro José Guerrero. Diputación de Granada
  • Comisariado: Angel Cerviño
  • Colabora: Ministerio de Cultura y Deporte