Panorámica de Roma, 1948

Guerrero pintó desde su estudio en la Academia los tejados de Roma y callejas de Roma con el Vaticano al fondo. Le salió un dibujo grueso y esquemático, subrayado por una alegría de colores vivos y a la vez delicados, de domingo perpetuo, con monjas y curas de paseo, monjas de papalinas convertidas en livianas, mínimas y ágiles estructuras arquitectónicas, y curas y obispos como obeliscos antropomorfos.

JUSTO NAVARRO

La aparición, 1946

El mundo lorquiano, con la tragedia de los gitanos y la pena negra andaluza, ha inspirado la primera etapa de la pintura de Guerrero, en los años de la posguerra. En 1946, Guerrero pintaba La aparición, un cuadro mágico y algo naïf, una escena de velatorio, con las mujeres enlutadas, junto al difunto tendido en el suelo, con cruces negras, extrañas flores en la hierba, y extraños astros y ángeles o aves en el cielo enrojecido. El cuadro se asocia con facilidad al mundo oscuro, supersticioso de las tragedias de Lorca. Podría ilustrar el desenlace de Bodas de sangre, cuando las mujeres reciben los cadáveres de Leonardo y el novio a la puerta de casa. La madre dice «La cruz, la cruz», y las mujeres responden: «Dulces clavos, dulce cruz, dulce nombre de Jesús», y la novia: «Que la cruz ampare a muertos y a vivos». O la pieza final del Poema del cante jondo, la «Canción de la madre del amargo»: «La cruz. No llorad ninguna. / El Amargo está en la luna». La cruz, la luna, el color negro, son los símbolos recurrentes en los poemas andaluces de Lorca.

GUILLERMO SOLANA