Pero fue la marcha de Guerrero al nuevo continente la que imprimió un nuevo carácter a su trabajo, pues el contacto con la escena artística norteamericana provocó una gran sacudida en el pintor. Tal vez la obra que mejor encarna esta nueva situación sea Autorretrato (1950), cuyo papel en la colección es el de bisagra entre su producción europea de los años cuarenta y el nuevo rumbo que sigue al instalarse definitivamente en Nueva York.
Allí tiene lugar una fase experimental que se traduce formalmente en la depuración del lenguaje figurativo hasta conducirlo a la llamada abstracción biomórfica, que en el caso de Guerrero se inició con un fuerte componente mironiano, pero que evolucionó progresivamente hacia el gesto. Muestra de ello son Signos (1953), Black Followers (1954), Sombras (1954) o Ascendentes (1954). La figura, que deja de obedecer a patrones miméticos, se simplifica y concreta en óvalos, medios arcos, cruces o masas irregulares, y el fondo se convierte en un campo monocromo pero vibrante sobre el que flotan los signos.
A continuación, y hasta mediados los años sesenta, Guerrero se integra de lleno en el movimiento expresionista americano, dentro del que ocupa un lugar privilegiado. Incorpora entonces más decididamente trazos gestuales en sus lienzos y aparece en ellos el dripping o goteo, aunque muy contenido. Construye los espacios con formas planas que revelan la intensa actividad emocional del artista frente al lienzo, y cómo la creación surge de la acción. Su actitud, sin embargo, está más cerca de las posiciones de sus amigos Kline o Motherwell que de las de Pollock o De Kooning. Variaciones azules (1957), Penetración (1961), Grey Sorcery (1962) y Black Ascending (1962-1963) pertenecen a este momento.