El mundo lorquiano, con la tragedia de los gitanos y la pena negra andaluza, ha inspirado la primera etapa de la pintura de Guerrero, en los años de la posguerra. En 1946, Guerrero pintaba La aparición, un cuadro mágico y algo naïf, una escena de velatorio, con las mujeres enlutadas, junto al difunto tendido en el suelo, con cruces negras, extrañas flores en la hierba, y extraños astros y ángeles o aves en el cielo enrojecido. El cuadro se asocia con facilidad al mundo oscuro, supersticioso de las tragedias de Lorca. Podría ilustrar el desenlace de Bodas de sangre, cuando las mujeres reciben los cadáveres de Leonardo y el novio a la puerta de casa. La madre dice «La cruz, la cruz», y las mujeres responden: «Dulces clavos, dulce cruz, dulce nombre de Jesús», y la novia: «Que la cruz ampare a muertos y a vivos». O la pieza final del Poema del cante jondo, la «Canción de la madre del amargo»: «La cruz. No llorad ninguna. / El Amargo está en la luna». La cruz, la luna, el color negro, son los símbolos recurrentes en los poemas andaluces de Lorca.
GUILLERMO SOLANA