Las políticas de representación del cuerpo han merecido durante las últimas décadas una atención recurrente tanto en el mundo académico como en el del arte, y la consolidación de una perspectiva feminista dentro de lo que en el mundo anglosajón se conoce como Cultural Studies desde fines de los 60 y principios de los 70 ha contribuido a renovar sus modelos de representación. La cosificación del cuerpo, pero sobre todo su tratamiento como mercancía, ha centrado una buena parte de los análisis, necesariamente multidisciplinares, que mediante la intersección de disciplinas dispares (política de géneros, psicoanálisis, postestructuralismo, sociología de los media, antropología, postmodernismo, etc.) articulaba el debate ideológico entre ética y estética.

Frente a la avalancha de una iconografía de consumo masculino (erótica, pornográfica, publicitaria, etc.) las mujeres fotógrafas rehuyen los elementos efectistas (detalle, color, primeros planos, etc.) y los sustituyen por una  visión decididamente austera. Tal vez el elemento más característico y perceptible de esa estética de resistencia sea justamente la ausencia de color. El blanco y negro ha sido lo normal dentro de las posibilidades lógicas
y técnicas de una época: durante décadas los procedimientos de fotografía en color resultaban difíciles de controlar y los fotógrafos exigentes casi se  veían forzados a decantarse por la imagen monocromática. Pero sin llegar a las posibilidades que hoy nos ofrece la tecnología digital, desde los años 70 la industria fotográfica desarrolla nuevas emulsiones y sistemas de
revelado que, aunque concebidas preferentemente para el mercado de los aficionados, mejoran y simplifican sustancialmente las posibilidades de control de los resultados. En esa nueva tesitura la opción entre el blanco y negro o el color ya no es técnica sino retórica. Frente a los vistosos reclamos publicitarios y frente a las glamourosas revistas de papel couché, en unos momentos en que la fotografía en color parece más “natural”, automática, popular, económica y masificada (pensemos en los álbumes de familia, en la foto turística y de viaje, etc.), esas fotógrafas se aferran al blanco y negro como gesto político de respeto y como signo de neutralidad descriptiva.

Con todas estas series, Los colores de la carne aspira a dar voz (y ojos) a las mujeres, para que puedan ofrecer su versión de una problemática que les incumbe, pero también para que todos, sin distinción de género, comprobemos cómo la gestión de la mirada implica poder. Porque, como sostenía Susan Sontag, toda mirada señala una perspectiva ética.

  • Fechas: 4 de Octubre de 2007 al 6 de Enero de 2008
  • Lugar: Centro José Guerrero
  • Organiza: Centro José Guerrero
  • Comisariado: Joan Fontcuberta