Al elegir la obra para esta exposición no he querido en ningún momento hacer una muestra antológica del último período de la vida creativa de Miró, sino una exposición de intensidades, de momentos, de series en donde el espectador se pueda enfrentar cara a cara con la vitalidad, la capacidad de maravillarse, el don de la curiosidad, la emoción y agresividad de un artista que al final de su vida, como dice su nieto Emili Fernández Miró: “La muerte le importaba un auténtico bledo, pero la impotencia le carcomía”.

En los últimos años de su vida Miró no dio un vuelco a su pintura como hicieron otros artistas: Picasso, Matisse o de Kooning, sino que sus temas e iconografía permanecieron relativamente constantes. Continuó convirtiendo cualquier elemento en materia pictórica, continuó interesado en mostrar a la mujer como una potente expresión vital, continuó creyendo que la línea y el dibujo eran un componente esencial de la pintura, continuó mirando al firmamento y también siguió con los pies fuertemente apoyados sobre la tierra, sobre el paisaje. Sin embargo hay grandes aportaciones a su trayectoria en este último período, como son: una actitud más espontánea en la concepción y resolución de las obras; un gran interés hacia los nuevos materiales –cerámicas, tapicerías, esculturas, mosaicos–; una profunda investigación en la obra gráfica y los nuevos procedimientos cercanos al action painting. Y hay, sobre todo, una enorme libertad y una radical independencia que, aunque siempre había existido, Miró lleva aquí a sus últimas consecuencias.

  • Fechas: 5 de febrero al 25 de abril de 2004
  • Lugar: Centro José Guerrero
  • Organiza: Centro José Guerrero