Nota de prensa de la exposición
Matías Costa. Solo

Jueves 11 de marzo de 2021 a las 11 h
CENTRO JOSÉ GUERRERO

Fechas
11 de marzo – 6 de junio de 2021

Asistentes
– Fátima Gómez Abad, diputada de Cultura y Memoria Histórica y Democrática
– Francisco Baena, director del Centro José Guerrero
– Carlos Martín, comisario de la exposición
– Matías Costa, artista

Organiza
Consejería de Cultura y Turismo. Comunidad de Madrid
Centro José Guerrero. Diputación de Granada

Comisario
Carlos Martín

Matías Costa. SOLO

«A consecuencia de un hecho actual, otro anterior cobra importancia. Poner en conexión hechos separados en el tiempo. Hacer esos saltos temporales». Esta declaración, recogida en uno de sus cuadernos de campo, condensa la doble intención de Matías Costa en su trabajo y en esta exposición.

Costa se ha aproximado a comunidades que han sido proyectadas, como la esquirla de un proyectil, como la ganga escupida por la boca de la mina, lejos de los grandes proyectos en cuyo seno nacieron. ¿Busca Matías Costa identificarse con esos colectivos a los que visita en diversas campañas, sea por encargo, sea por interés personal? Su intención, declarada o inconsciente, es la de practicar la inadecuación como herramienta íntima y política. Por ello, trata de adivinar lo que esos seres humanos y lugares ajenos tienen de espejo. A lo largo de ese proceso, una paradójica pulsión de archivo y de destrucción le lleva a escribir en sus cuadernos, pegar, despegar, pintar, tachar para buscar aquello que reverbera, desde fenómenos aparentemente ajenos, en su propia vivencia del mundo. Así, Costa no es un artista del objeto, del medio, del material ni del concepto; es un artista del proceso. Y su vida un transcurso marcado por todos los títulos de la otredad (exiliado, refugiado, migrante, solo, huérfano de una u otra manera) que lo convierten en el habitante, más que de un lugar, de un tránsito. El de quien lleva consigo la deriva nómada de las generaciones que le preceden.

Esta exposición presenta así dos historias que se despliegan en paralelo. La que recorre el trabajo de Matías Costa a través de sus series fotográficas fijadas, desde el fotoperiodismo inicial a un trabajo más introspectivo; y la que, como un virus invasivo, señala un proceso de autoconocimiento, autorreflexión y autoficción destilado de la búsqueda de unas raíces líquidas y evanescentes. Estas se dibujan y desdibujan en la serie que funciona como núcleo y también como incómodo ocupante de la exposición, Cuaderno de campo, un trabajo de más de una década y aún en proceso. A modo de intrusos, estos restos del discurso extraídos de centenares de cuadernos se insertan en la sala, desafían cronologías, lugares y lógicas narrativas para desvelar la génesis y evolución de cada proyecto, la de una misma familia, la de la escritura como indagación y la de la fotografía como salida y curación. Brindan un contexto para lo que no se ve en la imagen, aportan un juego de simultaneidades y reflejos y sugieren de qué modo cada fotografía de Matías Costa nace solo de una proyección de anhelos, recuerdos y fantasías germinadas en un aislamiento fértil, en una cósmica soledad. Un proceso necesariamente individual, quintaesenciado en el verso de Pasolini: «Voy vagando de un lado a otro buscando hermanos que ya no están»

Series iniciales, 1998-2005

En esta primera sección se reúnen tres trabajos surgidos del marco de la primera actividad de Matías Costa en el ámbito de la fotografía documental. Costa decidió profundizar en algunos de los encargos que recibía como fotoperiodista; de manera significativa, en aquellos que tienen como motivo central el desarraigo y la orfandad, aspectos en los que resonaban ecos de su propia biografía. El país de los niños perdidos se centra en los huérfanos del genocidio cometido por el Gobierno ruandés contra su propio pueblo: centenares de menores marcados por el trauma pueblan unas imágenes que acentúan el interés de Costa por ese mundo sin padres que marca el ciclo histórico del fin de la Guerra Fría y recuerdan uno de los efectos más devastadores del escenario poscolonial. Esta comunidad a la deriva es paralela a la que se agita en Hijos del vertedero, serie protagonizada por la comunidad roma que, tras ser desalojada del lugar donde vivían con motivo de la especulación inmobiliaria que asoló España a partir de la década de 1990, pasó a habitar las colinas de basura compactada del mayor vertedero de Madrid, en Valdemingómez. Por último, Extraños es un proyecto de envergadura sobre los movimientos migratorios sur-norte, así como la dudosa gestión por parte de las instituciones europeas del que se convertirá en el gran cementerio de seres humanos provenientes de países meridionales. Las puertas de Europa se convierten en la mirada de Costa en el trágico umbral de un rito de tránsito ante el que se generan tanto las imágenes de lo inmediato, de la muerte literal y el sufrimiento en su terrible carnalidad, como escenas de una extraña poética intemporal: la de toda comunidad escindida por la experiencia de la migración forzada en cualquier momento de la historia.

Cuando todos seamos ricos, 2006

El arranque del trabajo en color de Matías Costa coincide con la mirada hacia el lugar que acaso representa de manera más palmaria el contradictorio mundo de las posideologías: la China que, tras las históricas reformas llevadas a cabo por Deng Xiaoping, despierta de manera desigual, apresurada y paradójica hacia un nuevo «gran salto adelante» marcado por la alienación, el ensueño del dinero y la promesa del consumo desenfrenado como forma radical y extraña de combinación del estado del bienestar con el socialismo real. En Cuando todos seamos ricos resuena la aseveración «enriquecerse es glorioso», pronunciada por Deng durante el célebre «viaje al sur», espaldarazo definitivo de una reformas económicas que suponían el ingreso del capital internacional en el territorio chino. Matías Costa se fija precisamente en los intersticios de esa supuesta gloria por el dinero, de esa promesa proverbial y bíblica de bonanza, acumulación y ostentación, las fisuras por donde asoman, en un Pekín diurno y frío o nocturno y secreto, las figuras del desencanto.

 

Cargo, 2008-2017

Cargo tiene que ver con la mirada extrañada a las piezas que no encajan, el movimiento torpe de un engranaje tan engastado en su propia historia y su óxido autogenerado que ha pasado a ser disfuncional. Costa se ocupa de la concentración de antiguos barcos soviéticos varados en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria, que, con la disolución de la URSS en 1991, quedaron sumidos, junto a sus tripulaciones, en un limbo legal del que no han emergido décadas después. En Cargo emerge una nueva visión poética en la que los materiales desgastados, el mar y los rostros ajados y cuerpos de los tripulantes cobran un nuevo sentido de materialidad, de presencia, como si quisieran reivindicar que si bien no en el documento, en la proverbial burocracia soviética, siguen existiendo todavía, al menos en cuanto cuerpos literales que se alimentan, se relacionan, se muestran, desafiantes o derrotados. Un proyecto reciente de la Autoridad Portuaria de las Palmas prevé que esos barcos se conviertan en pecios programados para fungir de arrecifes artificiales, para germinar. Dejarán así de ser el miembro fantasma del espectro de un Imperio.

Zonians, 2011-2013

Como metáfora del desarraigo y de la marca del transcurso de la historia reciente sobre el territorio, Zonians se detiene ante un fenómeno poscolonial escasamente conocido: el de la comunidad de estadounidenses expatriados a Panamá para administrar el legendario canal que une dos océanos durante los cien años que duró la administración de la zona por parte de Estados Unidos. Ausentes ya los Zonians (nombre por el que se conoce a los integrantes de esa colonia), queda en el país la impronta de aquella experiencia en abandonadas infraestructuras, congelados en un instante como la imagen perdurable de la ruina de un proyecto faraónico o de una deflagración inesperada. En Zonians se cruzan antiépica y distopía, las nostalgias del expatriado, sus reivindicaciones desoídas y su celebración del paraíso perdido. Todo ello se conmemora en los encuentros que estos Zonians organizan anualmente en Florida, donde parecen asomarse a aquel Eldorado que marcó varias generaciones de familias con un sentido laxo, líquido, inestable de ciudadanía y pertenencia. Con ello Matías Costa marca dos tiempos señalados respectivamente uno por la ruina y el otro por la nostalgia y el simulacro. A esos tiempos une el suyo: allí, en la zona del canal, estuvo el centro donde el Departamento de Estado de Estados Unidos entrenaba a los grandes torturadores en la forja de su Imperio durante la segunda mitad del siglo XX, el laboratorio estadounidense de las dictaduras latinoamericanas. Panamá no era el único cuerpo que iba a ser abierto en canal.

The Family Project, 2008-actualidad

The Family Project es un relato intermitente cruzado por las escenas primordiales que marcan la biografía y ascendencia de Matías Costa. Es la condensación final de los procesos iniciados en sus cuadernos de campo: imágenes de lo aparentemente irrelevante, de todo aquello que, como en los sueños, se muestra aleatorio y, por esa misma naturaleza de azar objetivo, extremadamente significativo, para generar una fantasmagoría entre la ausencia y la presencia.

Los de The Family Project son los escenarios de una familia, pero bien podrían ser los de un crimen. Configuran así el libro de familia más incompleto y radical, el que dibuja la imposibilidad de retratarse por completo, la futilidad de la exploración insistente en las propias raíces y la necesidad de recurrir incluso a la ficción y la escenificación para trazar la compleja trama de relaciones de la que nace un individuo..

Estas imágenes, por su carácter sutilmente abstracto, sugestivo y ambivalente, dialogan en esta sala con una selección de ese otro inventario de regresos, pérdidas y duelos que es la obra de José Guerrero. En concreto, de pinturas surgidas de su proceso de psicoanálisis y de su retorno a España, quintaesenciados en un cuadro que cobra los tintes de una indagación obsesiva, La brecha de Víznar, del que Guerrero llegó a decir que «se murió porque lo trabajé demasiado y lo ahogué». Ese obstinado regreso a los orígenes, entre el rechazo y la fascinación, aúna la obra de dos creadores diversos pero unidos en un punto de sus vidas por la experiencia de la migración y por su consecuencia: una necesidad introspectiva que se traduce en una palpitante búsqueda plástica. Las fotografías y pinturas que pueblan esta sala parecen, con todo ello, estar marcadas por un vacío nuclear que recuerda al del poema de Lao Tsé:

Aunque treinta radios convergen en el centro de una rueda,
es su vacío central
el que hace avanzar el carro.
Se abren puertas y ventanas para construir una casa
y es el vacío
lo que permite habitarla.

Carlos Martín